Se acercaba a los noventa años, había asistido a cinco entierros de emires ziríes, y
la vida le pesaba tanto que había tenido que recapitularla de manera minuciosa, para
después contársela a quien se la tenía que contar. Al hacerlo, se dio cuenta no sólo
de que su vida incluía la vida de sus antepasados tal y como a ella se la habían
contado, sino que, además, de cada doce episodios vividos, once estaban
determinados por la estirpe. Se dio cuenta de que para alcanzar en el futuro los
objetivos de una vida era preciso repasarla antes con minucia y hacia atrás, porque
todo en el mundo era una cadena circular y, por tanto, los eslabones del pasado
podían ser los pasos del futuro. Se dio cuenta de que los presagios que siempre
había padecido desde niña no eran vaticinios, sino recuerdos. Comprendió que los
varones eran la parte débil de las estirpes por la simple razón de que no estaban
dotados para el relato.
- Los hombres – aseguraba – cambian la palabra por la guerra, pero al final, la
cadena del mundo no está hecha de guerras sino de cuentos de guerras que sólo las
mujeres pueden transmitir.
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